El Jardín de San Francisco

El Jardín de San Francisco

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Miércoles, 30 de Noviembre

Resultado de imagen de adviento
En esta primera semana de Adviento, Señor, te agradecemos que nos hayas avisado de tu venida navideña un año más. Este aviso cariñoso nos permitirá preparar tu visita con tiempo. Nuestro mundo, nuestra familia y nuestro grupo te quiere y te necesita. ¡Ven, Señor y amigo nuestro! ¡Entra en nuestra casa y en nuestras cosas!

 El mundo necesita luz, paz, amor, alegría, vida... el mundo necesita Dios, que es todo eso y mucho más. ¿Necesito y deseo que Jesús-Dios venga a “mi casa”, aunque esto me obligue a cambiar ciertas cosas? ¿Qué no me gusta, ni le gusta a Él, de mi vida? ¿Por qué y para qué quiero que me visite? Le rezo de corazón: “Ven a nuestro mundo y ven a mi persona –a mi casa- Señor Jesús...”

Hoy hemos encendido nuestra primera vela, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primer semana de Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven.

Espíritu Santo, tú que sembraste la esperanza en el corazón de María de Nazaret y alumbraste en su seno al Salvador del mundo, abre nuestro corazón al gozo de la escucha de tu Palabra y haz que acojamos, con esperanza y amor, al Señor que viene a hacer nuevas todas las cosas. Amén.

Lectura del Evangelio según san Mateo 24, 37-44

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

Vigilar significa estar atentos y preparados; salir al encuentro del Señor, que quiere entrar, en nuestra existencia, para amarnos y para salvarnos.
Queremos estar despiertos y vigilantes, porque Tú traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús!. ¡Ven, Señor Jesús!

 “Velar” para “dar fruto” pasa por estar atento a lo que sucede en el entorno y en el mundo en general; pasa por hacer discernimiento (con los demás) para descubrir qué es la voluntad de Dios en cada situación; pasa por rogar-rezar (Mt 26,41). Velar así nos mantiene firmes en la fe, nos da coraje, nos ayuda a vivir sobriamente.

Escuchar
Hablar es cosa fácil, no así el escucha
Sin duda por eso nos dio el Señor dos orejas pero sólo una lengua.
Oír como quien oye llover. Oía campanas sin saber de dónde, también resulta sencillo. No así lo de escuchar
Ponerse a la escucha de alguien es, en primer lugar, rechazar todo lo que puede distraer nuestros oídos, nuestra mente, nuestro espíritu.

Escuchar es acallar los tumultos interiores, apartar las fascinaciones de exterior, alejar las interferencias que dispersan la atención y distorsionan la palabra que el otro me dirige.

Escuchar es hacer un silencio lo suficientemente denso como para que yo grite desde él: ¡Ahora tú eres mi centro¡, ¡Mi meta¡, ¡Mi carrera me lleva únicamente a ti!
Ponerse a la escucha de alguien es apartar la mirada de uno mismo y volverse hacia el otro, llegar al cara a cara, como diciendo: ¡Aquí estoy¡ ¡No existe para mí ningún otro interés! ¡ Estoy listo para percibir hasta el susurro de tu palabra!

Escuchar equivale a acoger. A abrir de par en par todas las puertas tras de las que uno se guarda. A derribar tanta alambrada y frontera tras de las que nos parapetamos.

Escuchar a alguien es descuidarme a mí y preferir al otro. Es preferir al que está ahí, ante mí; y acogerlo con su saco atestado de ropa más o menos limpia, pero que es la suya. Es aceptar que entre mí, es recibir al otro, son sus sueños y sus deseos; con sus gustos y disgustos; con sus filias y sus fobias.
Es prever que va a desordenar los estantes tan cuidadosamente ordenados de mi existencia; es cederle el sitio; es ofrecerle las llaves de la casa, como diciéndole: “Tu presencia me lo va a poner todo patas arriba; pero corro el riesgo: ¡te escucho! ¡Las palabras que me digas serán para mí espíritu y vida”.

Adviento es el tiempo de la escucha porque es el tiempo en el que, lentamente, asimilamos esa Palabra que ha venido a habitar entre nosotros.
Adviento es el tiempo en el que todos los que escuchan  la Palabra aprenden a cambiar sus tinieblas en claridad. El tiempo en el que, poniéndose a su escucha, se arriesgan a hacer un camino hacia la luz.
Adviento es el tiempo en que los hombres escuchan al Señor por el altavoz de cada prójimo. Es cuando todo lo que endurece los corazones de derrite ante el calor del Evangelio. Es cuando saltan a la boca de uno palabras nuevas y al corazón de uno sentimientos nuevos y a la conducta de uno actitudes nuevas... Así nace el Otro en uno. Por eso, porque...
¡Adviento es tiempo de nacer!
Pidamos a Jesús que nos ayude a estar preparados, a estar disponibles, a estar atentos. Que el Señor nos ayude a mantener firme la fe, encendida la esperanza, alerta el amor. Demos gracias a Dios porque el cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Y al comenzar un nuevo Adviento, presentemos nuestros deseos ante Dios Padre…

DIALOGO ENTRE EL HOMBRE Y DIOS

HOMBRE: ¿Cuánto me quiere Dios?

DIOS: Mucho más que la vela quiere al viento
más el mar quiere al agua y la sal
mucho más que el cristal quiere a la lluvia
te quiero mucho más

 Mucho más que el espacio quiere al tiempo
que el calor necesita del sol
mucho más que la huella quiere al suelo
te quiero mucho más.

HOMBRE: Y yo si saberlo casi
DIOS: y tu casi sin saber
HOMBRE: los dos somos más que todo, los dos, mucho más
DIOS: Mucho más, que te ames a ti mismo
HOMBRE: mucho más que me quiero yo a mí
DIOS: más que el fin puede amar a su principio
te quiero mucho más,
HOMBRE: te quiero mucho más.

En este primer domingo se ofrece una respuesta a las incertidumbres de las personas. El profeta no espera la salvación de los hombres ni de los poderes políticos, sino de Dios mismo. Daremos razón de la esperanza no con nuestras palabras, ni por imperativo moral, sino por un estilo de vida de quien se pone en pie, mira el horizonte, convoca a otros, ajusta velas y enfila la barca. La esperanza no es algo que tenemos sino algo que compartimos.

Ante todo esto, son muchas las preguntas que podemos hacernos:
¿Realmente vivimos confiados? ¿Nos sentimos llenos de miedo?
¿En quién tenemos puesta nuestra confianza? ¿De verdad nos fiamos?
¿Estamos en vela? ¿Vivimos alerta, a la espera, vigilantes? ¿Esperamos al Señor que viene a nuestras vidas?


miércoles, 23 de noviembre de 2016

Miércoles, 23 de Noviembre

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

COMENTARIO
El sueño de que aparezca una humanidad perfecta y pura ha habitado siempre en el corazón de cada hombre; pero en algunas épocas, a causa de las circunstancias adversas, se ha agudizado. Ello ha dado lugar a las grandes utopías formuladas por los filósofos, desde Platón (con su República ideal) hasta grandes pensadores renacentistas (como el dominico italiano T. Campanella con su “ciudad del sol”), e incluso hasta teorías filosófico-políticas de los siglos XIX-XX que en realidad condujeron a grandes tragedias.
El Antiguo Testamento, de forma retrospectiva e idealizada, contempla como aparición de un mundo nuevo la experiencia del Éxodo: fue la superación de la esclavitud en un país pagano y el paso a un desierto en el que Dios mismo alimentaba al pueblo con agua milagrosa y pan celestial. Naturalmente idealizaron el panorama, olvidando las penalidades inherentes al caminar por un desierto poblado de serpientes y escorpiones. El regreso del exilio de Babilonia (año 538) será contemplado como un nuevo éxodo.
En la misma línea, el Apocalipsis del Nuevo Testamento imagina la liberación definitiva de la humanidad como un éxodo aún más glorioso: es liderado no ya por Moisés, sino por el Cordero vencedor, y no se atraviesa el salitroso mar rojo, ni el árido desierto, sino un indescriptible mar de vidrio incandescente, en una procesión festiva de los redimidos, al son de cítaras: se ensamblan en uno solo el cántico de Moisés y el del Cordero.
La contrapartida es la destrucción de los poderes enemigos: los tatuados con el nombre y la cifra de la bestia infernal perecen junto con ella. Y esto nos permite conectar con el discurso apocalíptico del evangelio de Lucas: los elegidos sufren persecución, procesos judiciales injustos, rechazo incluso por parte de los parientes y allegados… Pero Dios no tiene olvidado ni uno de sus cabellos, sólo se les pide perseverancia… Es la actitud con que dice Pablo de Tarso: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”, o “sé de Quién me he fiado”.
La comunidad para la que se escribe el tercer evangelio tiene mucho en común con la nuestra. Como aquellos creyentes, también nosotros tenemos nuestra historia de sufrimiento, padecemos infortunios y rechazos, a veces contratiempos incomprensibles. Por ello a veces nos acecha la duda o tentación respecto de la fidelidad de Dios, de si vale la pena seguir creyendo y practicando. Más aún, en la época de la velocidad y las prisas en que vivimos, quisiéramos una respuesta inmediata. Pero las obras de filigrana requieren tiempo y calma, maduración. La consigna que da Lucas a su comunidad debe ser válida también para nosotros: conservar el buen ánimo, la entereza, la paciencia, y no perder de vista el horizonte final: “salvaréis vuestras almas”. El salmista lo había escrito siglos antes: “aunque el justo sufra muchos males, de todos le libra el Señor.

DIOS TE QUIERE A TI
Si observas, a las personas a las que llamamos “buenas personas” son personas:
Que necesitan pocas cosas y las cosas no son su centro;
Que no van por la vida quejándose de todo; aman su vida;
Que aceptan lo que son y tienen y no se comparan con otros/as;
Que no viven para sí, sino que están abiertas a los otros; tanto es así que llegamos a decir que “no piensan en sí”, sino en los demás;
Que no pasan la vida chismorreando de los otros…

Convertirse no es ser como tal persona. Convertirse es ser tú: tú, con tu originalidad, con tu personalidad, con todo eso que puedes ser, si de verdad te decides a serlo. Los modelos que tenemos delante no son para compararnos, son para animarnos a ser como ellos/as se animaron a ser.
Recuerda que lo que Dios quiere de ti es que seas tú mismo. Te quiere en toda la originalidad que eres. Sin añadidos, sin imitaciones.

Apaga los ruidos de tu corazón
Y escucha los gritos de Dios:
Quejas de los hombres que piden un poco de amor.
¡Entra en sintonía!
Dios emite sin interrupción.
El amor verdadero no se pesa
«Dad y os darán: recibiréis una medida generosa, apretada, remecida y rebosante» (Lc 7, 38)
Decía Calderón de la Barca: «Que cuando amor no es locura no es amor». Y es que dar paso a la lógica divina del amor es una locura para cualquiera. Cuando leemos el evangelio con el corazón nos damos cuenta de que el amor de Dios no es cicatero, no se puede calcular, ni se mide, ni se pesa.
La medida de la generosidad de Dios es tan desconcertante, abundante y tan difícil de imaginar como las estrellas del universo; tan difícil de medir como los granos de arena de una playa; tan sin fin como las gotas de un inmenso océano. Así, en el evangelio, el padre misericordioso no calculó el amor con el hijo pródigo, lo derrochó. Y aquel que contrató a los jornaleros de la última hora y les dio el mismo salario que al resto, no reservó su extrema generosidad.
Cuando somos capaces de liberarnos de las cadenas de una deuda y abandonamos nuestros precisos cálculos, permitimos que en nuestra vida entre un Amor que solo puede crecer; “Siempre es más y no sabe de números” tiende a infinito y brota a borbotones.
¿Te sueles ver midiendo y pesando tu amor, tu generosidad, tu bondad con los demás?
La memoria que duele
«Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello, y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión» (Lam 3,19-22)
En ocasiones andamos un poco mustios. Evocamos lo vivido. Nos encerramos en historias que se convierten en prisión y no nos dejan seguir adelante. ¿No te ha pasado nunca? Una relación que se atravesó, un mal amor, una herida que no sabes cómo hacer que cicatrice, un fracaso personal del que cuesta levantarse, un pasado glorioso que brilla más con la memoria porque la memoria tiene esa capacidad de mitificar…
A veces hay que aprender a recoger los pedazos y recomponerlos. Mirarse con ternura, agradecer lo vivido, pero dejarlo marchar y sonreírse a uno mismo y al futuro para salir de las celdas innecesarias, porque la vida siempre espera más adelante.
¿Hay algún recuerdo  en el que no puedes dejar de pensar?
¿Qué podrías hacer para dejarle marchar?

DEL EVANGELLIO DE LUCAS (4, 17, 21)

“Le entregaron el libro del profeta Isaías, desenrollo el volumen y encontró el pasaje en el que está escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena noticia a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los cie­gos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor” Enrolló el libro, se lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó; todos tenían sus ojos clavados en él; y él comenzó a decirles: “Hoy se cumple ante voso­tros esta Escritura”.

Oración.
Señor... hoy quisiera pedirte por esos hombres y mujeres que no tienen donde permanecer. Te pido por ellos, por los que van de pueblo en pueblo; de ciudad en ciudad; de albergue en albergue; de portal en portal, con todo su ajuar a cuestas estrujado en un misera­ble saco.
Te pido por esos hijos de nadie, por esos, porque precisamente por eso son más hijos tuyos... Te pido por todos los desfavorecidos socialmente, que encuentren cobijo cuando lo necesiten, ellos son también tus hijos, Padre.
Te pedimos, Señor, por los ancianos olvidados, por tantos niños explotados, y por quienes no han conocido un padre, por los que se ven obligados a vender su cuerpo, por quienes sólo conocen la calle como hogar.
Los sueños que sanan
«Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones» (Joel 3, 1)
Hay que tener alma de soñador. Hay que imaginar mundos mejores, para después imaginar la forma de construirlos. Hay que intuir novedad, mejorar, para así tener una humanidad más plena.
De noche uno imagina, sueña despierto, en esa última hora antes de quedar dormido, todo parece más fácil, posible, cierto y aunque luego, con la luz del día, los contornos se vuelven más reales y las metas más difíciles, ¿por qué no mantener encendida la llama de la esperanza? ¿Por qué limitarse a arrastrar los días cuando podemos elevarnos y mirar desde una altura hecha de evangelio, de bienaventuranza y de la bondad humana?
¿Cuáles son tus sueños en este momento de la vida?

ORACIÓN
Señor: Me cuesta comenzar el día,
porque sé que es una nueva tarea,
un nuevo compromiso, un nuevo esfuerzo.
Ayúdame a comenzarlo con entusiasmo, 
con alegría, con ilusión nueva.
Sé que estás a mi lado:
en mi familia
en mis amigos,
en las cosas, en mi propia persona.

Gracias por sembrar paz, solidaridad,
amor, entre mis hermanos.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Miercoles 16 de Noviembre


¿Quién cree en las estrellas?
Escucha la música. Deja volar tu imaginación.
Ella entra en escena, danzando al compás de Dios. Isabel. Mujer. Princesa. Pobre. Seguidora del Maestro. Entusiasta de Francisco.
¿Crees ahora en las estrellas?

Vaya historias. Historias compuestas de risas, palabras y ropas, de besos, personas y deseos que se cuentan en las bodas, bautizos y reuniones de las familias…
Estás ante una de ellas. La de la joven Isabel. Nacida princesa, educada en el Evangelio, enamorada de Luis, convertida en madre y forzada a vivir sin nada. Vaya “historia” que te cuento; la de una joven cristiana, que en los tiempos de las Cruzadas, buscó a Cristo pobre y de pobres murió rodeada.

Estoy por ti… O al menos eso se dijeron Isabel y Luis. Se conocían desde pequeños, cuando el matrimonio se concertaba. Cuando eran los padres los que unían, en sus hijos, sus esperanzas. Pero salió bien el trato. Quién iba a decir que se prometerían amor eterno aquellos dos amigos de la infancia. ¿Por qué no? ¡Si Isabel era la vida y Luis la esperanza!
“Estoy por ti…” les dijo también Cristo.
Y dejaron que el mundo hablara porque ambos se querían y con Dios, lo demás no importaba.

¿Qué puedo hacer por ti?
En la Corte de Turingia se hablaba, se hablaba del loco de Dios, un tal Francisco, que abandonó su vida agasajada para andar por los caminos predicando el Amor de Dios. Sin darse cuenta, la niña Isabel escuchaba, tras los cortinajes, las florecillas de aquel hombre de Dios que vivía con leprosos y al sol hermano llamaba.
¿Qué puedo hacer por ti? Es la pregunta que puede cambiar tu vida.

Mira al cielo… Y allí en lo alto descubrirás que cualquier pena, ahogo o desesperanza se percibe más pequeña. Allí está Él, la luz del Alba.
Mira al cielo… sugería Francisco, el trovador de Isabel. Alaba al Dios de la vida y pídele; pídele que ilumine la oscuridad de criterios al amar, al estudiar, al trabajar, al comprometernos, al corregir, al mirar.
Mira tú al cielo. Y siéntete parte de un mundo más grande.

Dichosos, felices y afortunados los que nada tienen que perder, los que no gastan energías en disimular carencias. Los que aguantan el dolor por amar demasiado y no saben pasar cuentas, sino que al contrario rompen en lágrimas cuando de Dios se ven necesitados.
Isabel, mujer dichosa, feliz, afortunada por descubrir la Misericordia de Dios. Por no sentir vergüenza ante un Dios crucificado y arriesgar.
Dichoso tú si sabes que Dios se ha bajado de su cielo para levantarte.

Da miedo la oscuridad cuando tenemos algo que esconder, defender o guardar. Pero cuando uno da un paso al frente y no teme perder nada siente una libertad tan grande que es capaz de todo.
Isabel fue despojada del ducado, de las rentas y del prestigio por la misma familia de su difunto esposo. Sola, pobre y con tres niños comenzó a caminar sin rumbo, confiando solo en la providencia divina. Razones para rabiar tenía aquella joven viuda, extranjera y mansa.
En lugar de desesperar se confía al que nunca falla. Al que con su luz aleja de nosotros el miedo y la nada.

¿Dónde estás cuando te busco…?
- “donde siempre”.
- “pero he rezado, pedido y buscado. Y no me has respondido”
- “Quizá no has mirado bien. Porque allí donde hay un pequeño, un dolor, un sufrimiento, un bautizo, un concierto, un colegio… allí estoy”
- “Si, bien. Pero no estabas cuando te buscaba en mi desespero”
- “¿Pero cuándo me has pedido ayuda? Porque con tanto ruido no he oído tu voz. Y por si acaso, asomado a tu vida sólo he visto muros de dudas, notas, deudas y miles de orgullosas razones que han cambiado tu aspecto. No he reconocido tu voz. Tan sólo una queja desgarrada contra tu yo, por no superar un desconcierto”
- “Es cierto. Me buscaba a mí. No me escondas tu rostro”
- “No lo oculto. Mírate en el espejo”

Grita de alegría… no te cortes. Estás ante el verdadero Amor. Y ante Él no hay corte que valga. Te conoce por todos lados: por arriba, por abajo, por la izquierda y la derecha, por detrás y por delante.
Grita de alegría porque no hay mayor belleza que despertarse y encontrar que todo tiene sentido: las clases, los amigos, la novia, el novio, la familia, el trabajo, el futuro y hasta la parroquia.
Grita de alegría como Isabel.
Ella descubrió el nuevo rostro de Dios y la manera distinta de relacionarse.
Aprendió de Francisco la alegría de tener a Dios por Padre, a Cristo por Hermano y al Espíritu por Esposo.
Prueba tú. Nada pierdes. Grita de alegría y salta, canta y cuenta porque Dios es el Dios del Perdón y la Misericordia.
Carmen Gil y Pablo Nogales (1º de Bachillerato)

miércoles, 2 de noviembre de 2016

2 de Noviembre de 2016

Buenos días, paz y bien hermanos.

Resultado de imagen de oracion de la mañanaPara comenzar este día vamos a reflexionar sobre todas las personas afectadas por el huracán Matthew del pasado 6 de octubre que pasó por Haití, de manera que aceptemos que a veces somos egoístas y no nos preocupamos de los que les pueda pasar a personas de la otra parte del mundo cuando ellos tienen que afrontar y superar  catástrofes desde la humildad.

Es difícil aprender a ser humilde sin humillaciones.Muchas veces le pedimos a Dios cosas tales como que nos dé un corazón de niño, pero luego nos quejamos cuando nos  consideran menos y no cuentan con nosotros, si n olvidan, si nos han criticado y se han reído de nosotros, o si hemos cosechado un fracaso, o si el otro tiene más acierto que nosotros. Por ello vamos a pedir al Señor que nos de humildad.

PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL RECAUDADOR DE IMPUESTOS.
Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos. 11 El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. 12 Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo.” 13 En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”
14 »Les digo que éste, y no aquél, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»´

Algunos compromisos que podemos realizar para rebajar nuestro ego y ser más humildes son los siguientes:
  • No presumas del bien que haces, ni lo publiques en los medios de comunicación.
  • No te complazcas en el bien que haces, no le des tanta importancia, que ni tu mano izquierda sepa lo que hace tu mano derecha
  • No trates de ocultar tus fallos y fracasos
  • No te excuses ni te disculpes tanto
  •  Aprende a callar y a no defenderte cuando alguien te acusa, como lo hizo Jesús
  •  Aprende a pedir perdón
  • Participa, da tu opinión, sin temor al ridículo, pero no pongas al otro en ridículo
  • Habla más de los valores y éxitos del otro que de sus defectos
  • Ejercítate en servir a los demás, siempre de abajo arriba
  • Renuncia definitivamente al comparativo
Por último vamos a pensar cuales de estos nos podemos aplicar a nosotros mismos y cómo lo podemos hacer.
Marina Centenera y Carmen Rodríguez (1º Bachillerato)