En esta primera semana de Adviento, Señor, te agradecemos
que nos hayas avisado de tu venida navideña un año más. Este aviso cariñoso nos
permitirá preparar tu visita con tiempo. Nuestro mundo, nuestra familia y
nuestro grupo te quiere y te necesita. ¡Ven, Señor y amigo nuestro! ¡Entra en
nuestra casa y en nuestras cosas!
El mundo necesita
luz, paz, amor, alegría, vida... el mundo necesita Dios, que es todo eso y
mucho más. ¿Necesito y deseo que Jesús-Dios venga a “mi casa”, aunque esto me
obligue a cambiar ciertas cosas? ¿Qué no me gusta, ni le gusta a Él, de mi
vida? ¿Por qué y para qué quiero que me visite? Le rezo de corazón: “Ven a
nuestro mundo y ven a mi persona –a mi casa- Señor Jesús...”
Hoy hemos encendido nuestra primera vela, Señor, esta
luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro
del amigo que ya viene. En esta primer semana de Adviento queremos levantarnos
para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos
envuelven.
Espíritu Santo, tú que sembraste la esperanza en el
corazón de María de Nazaret y alumbraste en su seno al Salvador del mundo, abre
nuestro corazón al gozo de la escucha de tu Palabra y haz que acojamos, con
esperanza y amor, al Señor que viene a hacer nuevas todas las cosas. Amén.
Lectura del Evangelio según san Mateo 24, 37-44
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando
venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la
gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y
cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo
sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a
uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se
la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué
día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora
de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en
su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos
penséis viene el Hijo del hombre».
Vigilar significa estar atentos y preparados; salir al
encuentro del Señor, que quiere entrar, en nuestra existencia, para amarnos y
para salvarnos.
Queremos estar despiertos y vigilantes, porque Tú traes
la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor
Jesús!. ¡Ven, Señor Jesús!
“Velar” para “dar
fruto” pasa por estar atento a lo que sucede en el entorno y en el mundo en
general; pasa por hacer discernimiento (con los demás) para descubrir qué es la
voluntad de Dios en cada situación; pasa por rogar-rezar (Mt 26,41). Velar así
nos mantiene firmes en la fe, nos da coraje, nos ayuda a vivir sobriamente.
Escuchar
Hablar es cosa fácil, no así el escucha
Sin duda por eso nos dio el Señor dos orejas pero sólo
una lengua.
Oír como quien oye llover. Oía campanas sin saber de
dónde, también resulta sencillo. No así lo de escuchar
Ponerse a la escucha de alguien es, en primer lugar,
rechazar todo lo que puede distraer nuestros oídos, nuestra mente, nuestro
espíritu.
Escuchar es acallar los tumultos interiores, apartar las
fascinaciones de exterior, alejar las interferencias que dispersan la atención
y distorsionan la palabra que el otro me dirige.
Escuchar es hacer un silencio lo suficientemente denso
como para que yo grite desde él: ¡Ahora tú eres mi centro¡, ¡Mi meta¡, ¡Mi
carrera me lleva únicamente a ti!
Ponerse a la escucha de alguien es apartar la mirada de
uno mismo y volverse hacia el otro, llegar al cara a cara, como diciendo: ¡Aquí
estoy¡ ¡No existe para mí ningún otro interés! ¡ Estoy listo para percibir
hasta el susurro de tu palabra!
Escuchar equivale a acoger. A abrir de par en par todas
las puertas tras de las que uno se guarda. A derribar tanta alambrada y
frontera tras de las que nos parapetamos.
Escuchar a alguien es descuidarme a mí y preferir al
otro. Es preferir al que está ahí, ante mí; y acogerlo con su saco atestado de
ropa más o menos limpia, pero que es la suya. Es aceptar que entre mí, es
recibir al otro, son sus sueños y sus deseos; con sus gustos y disgustos; con
sus filias y sus fobias.
Es prever que va a desordenar los estantes tan
cuidadosamente ordenados de mi existencia; es cederle el sitio; es ofrecerle
las llaves de la casa, como diciéndole: “Tu presencia me lo va a poner todo
patas arriba; pero corro el riesgo: ¡te escucho! ¡Las palabras que me digas
serán para mí espíritu y vida”.
Adviento es el tiempo de la escucha porque es el tiempo
en el que, lentamente, asimilamos esa Palabra que ha venido a habitar entre
nosotros.
Adviento es el tiempo en el que todos los que escuchan la Palabra aprenden a cambiar sus tinieblas
en claridad. El tiempo en el que, poniéndose a su escucha, se arriesgan a hacer
un camino hacia la luz.
Adviento es el tiempo en que los hombres escuchan al
Señor por el altavoz de cada prójimo. Es cuando todo lo que endurece los
corazones de derrite ante el calor del Evangelio. Es cuando saltan a la boca de
uno palabras nuevas y al corazón de uno sentimientos nuevos y a la conducta de
uno actitudes nuevas... Así nace el Otro en uno. Por eso, porque...
¡Adviento es tiempo de nacer!
Pidamos a Jesús que nos ayude a estar preparados, a estar
disponibles, a estar atentos. Que el Señor nos ayude a mantener firme la fe,
encendida la esperanza, alerta el amor. Demos gracias a Dios porque el cielo y
la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Y al comenzar un nuevo
Adviento, presentemos nuestros deseos ante Dios Padre…
DIALOGO ENTRE EL
HOMBRE Y DIOS
HOMBRE: ¿Cuánto me quiere Dios?
DIOS: Mucho más que la vela quiere al viento
más el mar quiere al agua y la sal
mucho más que el cristal quiere a la lluvia
te quiero mucho más
Mucho más que el
espacio quiere al tiempo
que el calor necesita del sol
mucho más que la huella quiere al suelo
te quiero mucho más.
HOMBRE: Y yo si saberlo casi
DIOS: y tu casi sin saber
HOMBRE: los dos somos más que todo, los dos, mucho más
DIOS: Mucho más, que te ames a ti mismo
HOMBRE: mucho más que me quiero yo a mí
DIOS: más que el fin puede amar a su principio
te quiero mucho más,
HOMBRE: te quiero mucho más.
En este primer domingo se ofrece una respuesta a las
incertidumbres de las personas. El profeta no espera la salvación de los
hombres ni de los poderes políticos, sino de Dios mismo. Daremos razón de la
esperanza no con nuestras palabras, ni por imperativo moral, sino por un estilo
de vida de quien se pone en pie, mira el horizonte, convoca a otros, ajusta
velas y enfila la barca. La esperanza no es algo que tenemos sino algo que
compartimos.
Ante todo esto, son muchas las preguntas que podemos
hacernos:
¿Realmente vivimos confiados? ¿Nos sentimos llenos de
miedo?
¿En quién tenemos puesta nuestra confianza? ¿De verdad
nos fiamos?
¿Estamos en vela? ¿Vivimos alerta, a la espera,
vigilantes? ¿Esperamos al Señor que viene a nuestras vidas?