El Jardín de San Francisco

El Jardín de San Francisco

miércoles, 20 de diciembre de 2017

TODOS: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Estamos ya en la tercera semana de Adviento: aumenta nuestra alegría y nuestro júbilo por la venida del Señor Jesús, que está cada vez más cerca de nosotros, es la semana de la la alegría. Sí, estamos llamados a vivir el gozo de la presencia de Jesús en nosotros, porque nos acercamos  a la Navidad y celebramos el acontecimiento más grande de la historia: Dios hecho uno de nosotros. ¿No es este el mayor motivo para vibrar de alegría, exultar  de gozo como María?

   Señor, nosotros somos tan pequeños que nos cuesta reconocer la grandeza de tu presencia,  y algunas veces, no sabemos disfrutar de la alegría que viene de ti.  Estamos poco acostumbrados a ella, pero Tú generosamente nos la ofreces y deseas que la recibamos.

  Señor, necesitamos profundizar más en quien eres Tú y en  lo que deseas para nosotros. Tú nos quieres felices, libres, deseas que seamos personas llenas de amor, que no nos falte la paz, que vivamos con una esperanza inquebrantable. Humildemente te pedimos, danos el conocerte más, el dejar que tu imagen, esa verdadera imagen del Dios tierno, cercano, que solo quiere nuestro bien, penetre en nuestro entendimiento, en nuestro interior y nos haga despertar a quienes somos para ti.

   Ayúdanos a dejarnos mirar como Tú nos miras, que  como María podamos cantar la grandeza de tu amor. Ella despertó a lo que significaba su vida para Ti, recibió la plenitud de la felicidad y creyó que  podía hacer  feliz, desde su pequeñez,  al Dios Todopoderoso. Ella permitió que Tú te alegraras con su sí “Mi alma canta la grandeza de Dios y mi espíritu exulta en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava, desde ahora, todas las generaciones me llamaran feliz, porque el poderoso ha hecho obras grande por mí, su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.

   María, no fundaste la felicidad en ti misma, sino que cimentaste tu vida en Él. Dejaste que Él fuese feliz en Ti y ahí supiste hasta dónde puede llegar nuestro gozo en este mundo y para siempre. ? Qué misterio tan grande! Una mujer de nuestra raza despertó la sonrisa de Dios y de toda la naturaleza. San Anselmo así lo expresa:

“El cielo, los astros, la tierra, los ríos, el día, la noche, y todo lo que se halla sometido al poder y al servicio del hombre, se congratulan, Señora, porque, habiendo perdido su antigua nobleza, ahora han sido en cierto modo resucitados por ti y dotados de una gracia nueva e inefable.

... Ahora se alegran como si hubieran vuelto a la vida, porque ya vuelven a estar sometidas al dominio de los que confiesan a Dios, y embellecidas por su uso natural.

Es como si hubiesen saltado de alegría por esta gracia nueva e inapreciable… Estos bienes tan grandes provinieron a través del fruto bendito del vientre sagrado de la Virgen María.

¡Oh mujer llena y rebosante de gracia, con la redundancia de cuya plenitud rocías y haces reverdecer toda la creación! ¡Oh Virgen bendita y desbordante de bendiciones, por cuya bendición queda bendecida toda la naturaleza, no sólo la creatura por el Creador, sino también el Creador por la creatura!

… Dios, por tanto, es padre de las cosas creadas y María es madre de las cosas recreadas. Dios es padre de toda la creación, María es madre de la universal restauración. Porque Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho, y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada en absoluto existiría, y María dio a luz a aquel sin el cual nada sería bueno.

En verdad el Señor está contigo, ya que él ha hecho que toda la naturaleza estuviera en tan gran deuda contigo y con él.”    

De las Oraciones de san Anselmo, obispo
(Oración 52: PL 158, 955-956)

   María, ayúdanos a creer en esa mirada tierna de Dios por nuestras vidas. Danos un corazón sencillo, pobre como el tuyo, porque solo así, podremos llegar a creer que Él se complace en nuestras vidas.

   María nos recuerda esta Palabra de Dios: “Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo: ? Ánimo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene; él es la recompensa, él vendrá y os salvará”.

   Sí, el Señor viene y nos quiere colmar de gozo, quiere fortalecer nuestra vida, viene a capacitarnos para reconocer su amor, para descubrir que Él está a nuestro lado, que Él es nuestra salvación y la recompensa que necesitamos.
María, que como tú podamos abrir de par en par las puertas de nuestro corazón, para que Él se quede y para que podamos vivir esa alegría que viene de saberse mirado y elegido por Dios.

  


miércoles, 13 de diciembre de 2017


R/. Bendice, alma mía, al Señor

V/. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

V/. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.

V/. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,28-30):
En aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y dijo:
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».


El amor, alivio y yugo
Todos sabemos por experiencia lo que es el cansancio y el agobio. Nos cansamos porque nuestras fuerzas físicas son limitadas. No podemos sostener un esfuerzo físico continuado. Literalmente, se nos vacía el depósito, necesitamos parar, recuperarnos. Los agobios los sentimos sobre todo en las estrecheces anímicas: por la presión social, la de las preocupaciones y las obligaciones, para las que, con frecuencia, no damos abasto, por la falta de recursos económicos o por tantos otros motivos. También en la vida de fe experimentamos a veces cansancio y agobio. En el cansancio del cuerpo y los agobios del alma sentimos el peso de nuestra finitud, que parece abortar nuestras ansias de plenitud. Son muchos lo que tratan de explotar estas limitaciones humanas en beneficio propio, prometiendo alivios definitivos, pero ficticios, liberaciones que acaban esclavizándonos más, y que no hacen sino aumentar a la larga el cansancio y las angustias.
Jesús conoce bien nuestro corazón, sabe de nuestros cansancios y nuestros agobios, porque, hombre como nosotros, los padece en carne propia (cf. Mt 17, 17; Jn 12, 27; Mt 26, 36). Por eso nos llama para ofrecernos alivio. En Jesús descubrimos cómo Dios, realmente, se preocupa de nosotros, desmintiendo así esa falsa, pero muy humana impresión, que expresa hoy el profeta Isaías. A diferencia de los muchos embaucadores que explotan la debilidad humana, Él no ofrece fórmulas fáciles ni soluciones mágicas. Al tiempo que nos llama para aliviarnos, nos invita a asumir nuestra responsabilidad, a cargar con un yugo, el suyo; nos enseña, además, a no buscar fuera de nosotros mismos el lugar de nuestro descanso, sino dentro, en el propio corazón, en donde reside la fuente de la verdadera paz. Se trata, eso sí, de un corazón transformado según el mismo corazón de Jesús, que ha tomado sobre sí los pecados del mundo y ha cargado con el yugo del amor. Podemos y debemos descansar y buscar evadirnos, al menos por un tiempo, de los agobios cotidianos. Pero lo mejor es armarse interiormente, de modo que la fuente de nuestros alivios esté dentro de nosotros mismos.  Y no hay mejor modo de hacer esto que acudir al magisterio del único y verdadero maestro, Jesús, conectarse por medio de Él con la fuente de la vida y de la verdadera sabiduría. Es en Él y por medio de Él como sabemos y saboreamos que Dios nos ha revelado la sabiduría del amor, que nos enriquece y fortalece para cargar con el yugo suave y ligero de la responsabilidad por nuestros hermanos. Cansados y agobiados, acudamos a Jesús, a su Palabra, a la contemplación del misterio del amor, para fortalecer así nuestra esperanza, que renueva nuestras fuerzas y nos da valor para perseverar en las buenas obras del amor.

Menos juicio y más servicio

A veces me da la sensación de vivir en un mundo de opiniones, donde se habla mucho pero se vive poco. Y me da miedo caer en lo mismo. Tener siempre una palabra, una interpretación, una propuesta, pero no tener nunca tiempo para hacer las cosas. Poder analizar fríamente las situaciones, describir y clasificar a las personas, interpretar los acontecimientos, pero no sumergirme en ellos y dejar que me involucren, me toquen de verdad. Sí, en mi mundo sobran recetas y faltan cocineros. Sobran análisis y faltan manos. Sobran juicios y faltan abrazos. Por eso quiero gritar para romper esas dinámicas, quiero callar un poco –a pesar de que ahora sigo tirando de palabras- quiero cantar, servir y amar con sencillez. Y que sea lo que Dios quiera. (De pastoral.org)


LA AMISTAD HABLA DE DIOS
Hay cosas en nuestra vida que, de alguna forma, son reflejo de Dios. Tal vez no lo vemos tal y como es, pues siempre es mayor que lo que percibimos. Pero hay algunas formas de vivir, de ser, de estar y de querer, que nos hablan de Dios… Y la amistad es una de ellas. Me alegro de tener gente cercana. Vidas que se cruzan con la mía. Rutas que hemos recorrido juntos (al menos por un trecho), por senderos que a veces se separan y luego se entrecruzan de nuevo. Me siento afortunado porque hay nombres que forman parte de mi vida, no  como un apunte en una agenda, sino como una historia compartida. Hoy sé que no se puede mitificar la amistad, que  a veces es sublime y a veces horrible (o ambas). Sé que no te libra de las batallas (a veces las provoca), y casi siempre se construye desde lo más cotidiano. No te libra de momentos de soledad. Pero es importante darte cuenta de quiénes son “tus gentes.”

¿QUÉ TENGO YO, QUE MI AMISTAD PROCURAS?
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana! 

miércoles, 29 de noviembre de 2017


En esta mañana vamos a echar un vistazo a nuestro mundo y ver qué hace falta en él. Seguramente sacaremos una gran lista: le falta amor, sinceridad, honradez, cercanía, alegría, esperanza, caridad… Pero sobre todo a nuestro mundo le faltas tú. Sí, ¡tú! Porque nada de lo anterior se lograría si tú no dieras ese primer paso y pusieras en el mundo aquello que necesita para ser un mundo más humano, más cristiano, más de Dios.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»
Del mismo modo que Jesús fue perseguido a causa de su predicación, sus discípulos también lo serán. Sin embargo, en medio de una vida tranquila, suena un poco extraño ese de que “nos odiarán” ¿No será que muchas veces no molesta a nadie nuestra proclamación y vivencia del Evangelio porque nosotros mismos no lo comunicamos ni vivimos con convicción?
Quizá debamos implicarnos más, darnos más. Darse más es sentir que el otro también necesita de ti y de tu vida. Darse más es compartir el futuro y el presente, reconocer en el otro una posibilidad de amar y entregarse. Darse más, en definitiva, es lo que hizo Dios por nosotros.
A lo largo de este día tendrás la oportunidad de ofrecerte: en clase, en tu casa o en tu vida diaria. Y en todas estas oportunidades se te va a pedir no sólo que "quieras", sino que "quieras darte más". Es el único modo de convertir tu egoísmo en disponibilidad, tu "yo" en un "nosotros".
Y si estás dispuesto, dilo: QUIERO DARME
Lo que florece, ¿está ya en la semilla? ¿Se puede improvisar una flor, un atardecer o un alma generosa? ¿Hay algo en nosotros que no haya sido sembrado?
La raíz de todo está en el corazón. Y lo que no esté enraizado en él nunca brotará. Si quieres cambiar el mundo, revisa tu corazón, ¿dónde hunde sus raíces?
Un árbol es un buen ejemplo de vida. Crece firme porque está arraigado, bebe desde centro de la tierra a través de unas raíces que han costado años desarrollar. De su firmeza y su paciencia surge vida a su alrededor: pájaros que anidan, insectos que encuentran en él su hábitat, personas que buscan su sombra... ¿Eres tú así?
·    Sólo compartiendo nuestra vida podemos llegar a encontrar y descubrir su verdadero sentido. ¿Te había parado a pensar que a medida que nos sentimos más llenos de los otros vamos vaciando más nuestra vida? Es como si fuéramos más personas, más nosotros, cuando abrimos nuestro corazón a los otros. Curioso, ¿verdad?
Pues este Adviento que va a comenzar te proponemos compartir la vida. Pero hacerlo porque Dios ha compartido la nuestra. Y por eso se hizo niño, compartiendo nuestro suelo, pisando nuestros caminos, sintiendo como siente el hombre, amando como sólo la humanidad sabe amar... y enseñándonos a todo ello (caminar, sentir y amar) en su mejor expresión. Sí, Dios quiso darse más, y lo hizo experimentando nuestra vida, desde dentro. Él también dijo: Sí, "Quiero darme +".
·     Compartir la vida es +... ¿te vas a perder la oportunidad de vivir lo que Dios ha querido que vivas? No te cortes. Hazlo. Escúchale, contempla, navega en tu interior y descubrirás las razones de una entrega sin medida que, al final, movilizará tu vida.
Escucha, contempla, navega... ¡movilízate!
El Adviento nos invita a escuchar, a contemplar, a navegar y a movilizar nuestro día a día.
Escuchar a Dios, también a los otros (que son como las sucursales de Dios para nosotros), atender a su palabra. ¿Ves lo fácil que es descolgar un teléfono, coger una llamada? Pues Dios nos lo pone a huevo todos los días... pero no siempre estamos dispuestos... nuestra "línea" está caída, o sobrecargada.
Contemplar los signos que nos va dejando... como los Magos la estrella, para saber y aprender a verle hasta en las más pequeñas cosas y en los más pequeños gestos.
Navegar, como navega el marinero confiado en las estrellas... hacia el fondo... sabiendo que al final Él se encontrará con nosotros, que no siempre le encontramos.
Y movilizar. ¡Movilízate! Porque una vida parada no conduce a nada. Hace falta también lo concreto, el compromiso real.
·         Preparad el camino al Señor, allanad las sendas" (Mt.3,3)
Los caminos fueron creados para facilitar un trayecto concreto, para no perdernos, para poder transitar de un lugar a otro sin barreras ni dificultades. De esa manera, los caminos son espacios sin los cuales sería muy difícil viajar.

El mensaje del Evangelio es claro y preciso "Preparad el camino al que llega para darnos paz, para traer un mensaje de Amor a la humanidad".

Es necesario que construyamos esos caminos en nuestro interior. Si no dedicamos esfuerzo y tesón a ello nuestro corazón estará cargado de piedras y maleza que dificultará el paso de Jesús por nuestra vida.

Allanemos la senda de nuestra vida, limpiemos de impurezas nuestro vivir diario para poder formar un sendero que facilite el paso del amor, gratuidad, entrega y compasión.

Si abrimos nuestro corazón a la verdad el paso de Dios estará latente en adviento y el resto del año.

¡Allanemos los caminos! ¡Jesús lo necesita para poder llegar a nuestro interior!


martes, 21 de noviembre de 2017


Señor: Me cuesta comenzar el día,
porque sé que es una nueva tarea,
un nuevo compromiso, un nuevo esfuerzo.
Ayúdame a comenzarlo con entusiasmo, 
con alegría, con ilusión nueva.
Sé que estás a mi lado:
en mi familia
en mis amigos,
en las cosas, en mi propia persona.
Gracias por sembrar paz, solidaridad,
amor, entre mis hermanos.

EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén, y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro.
Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: "Negociad mientras vuelvo." Sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron tras él una embajada para informar: "No queremos que él sea nuestro rey." Cuando volvió con el título real, mandó llamar a los empleados a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: "Señor, tu onza ha producido diez." Él le contestó: "Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades." El segundo llegó y dijo: "Tu onza, señor, ha producido cinco." A ése le dijo también: "Pues toma tú el mando de cinco ciudades." El otro llegó y dijo: "Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo, porque eres hombre exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras." Él le contestó: "Por tu boca te condeno, empleado holgazán. ¿Conque sabías que soy exigente, que reclamo lo que no presto y siego lo que no siembro? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses." Entonces dijo a los presentes: "Quitadle a éste la onza y dádsela al que tiene diez." Le replicaron: "Señor, si ya tiene diez onzas." "Os digo: 'Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.' Y a esos enemigos míos, que no me querían por rey, traedlos acá y degolladlos en mi presencia."»
Dicho esto, echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.


Hoy escuchamos de labios de Jesús un parábola, con algunos rasgos alegóricos. Es equivalente lucano de la parábola mateana de los talentos. Pero difieren mucho entre sí; además Lucas funde dos parábolas en una. Para entender la originalidad de la versión que hace Lucas hay que caer en la cuenta del problema del retraso del reino de Dios. Sabemos que las comunidades primitivas viven con mucha inquietud la espera de la llegada inmediata del reino de Dios. Y ese es el motivo de la parábola: “el motivo era que estaba cerca de Jerusalén, y pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro”. Lucas corrige la expectación inmediata del reino insistiendo en que:
El reino de Dios no llega en el futuro próximo.
En el lugar de la espera mesiánico nacionalista hay que esperar la justicia de Dios al final de los tiempos
En el reino entrarán los que viven y actúan con responsabilidad mientras el Señor está ausente.
El centro de la parábola reside precisamente en la importancia de hacerse cargo de la misión; hay que hacer fructificar los dones recibidos; cada uno tiene que hacer fecundos sus propios dones. Es una cuestión de responsabilidad. Y de respuesta a la palabra y misión de Jesús. Independiente de la cantidad de dones recibidos a todos se nos invita a desarrollarlos.
La vida cristiana no consiste en estar pendientes del futuro y absortos en él. La existencia cristiana se juega en el presente; no consiste sólo en la expectación; incluye el compromiso de amor.

El amor verdadero no se pesa
«Dad y os darán: recibiréis una medida generosa, apretada, remecida y rebosante» (Lc 7, 38)
Decía Calderón de la Barca: «Que cuando amor no es locura no es amor». Y es que dar paso a la lógica divina del amor es una locura para cualquiera. Cuando leemos el evangelio con el corazón nos damos cuenta de que el amor de Dios no es cicatero, no se puede calcular, ni se mide, ni se pesa.
La medida de la generosidad de Dios es tan desconcertante, abundante y tan difícil de imaginar como las estrellas del universo; tan difícil de medir como los granos de arena de una playa; tan sin fin como las gotas de un inmenso océano. Así, en el evangelio, el padre misericordioso no calculó el amor con el hijo pródigo, lo derrochó. Y aquel que contrató a los jornaleros de la última hora y les dio el mismo salario que al resto, no reservó su extrema generosidad.
Cuando somos capaces de liberarnos de las cadenas de una deuda y abandonamos nuestros precisos cálculos, permitimos que en nuestra vida entre un Amor que solo puede crecer; “Siempre es más y no sabe de números” tiende a infinito y brota a borbotones.
¿Te sueles ver midiendo y pesando tu amor, tu generosidad, tu bondad con los demás?
La memoria que duele
«Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello, y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión» (Lam 3,19-22)
En ocasiones andamos un poco mustios. Evocamos lo vivido. Nos encerramos en historias que se convierten en prisión y no nos dejan seguir adelante. ¿No te ha pasado nunca? Una relación que se atravesó, un mal amor, una herida que no sabes cómo hacer que cicatrice, un fracaso personal del que cuesta levantarse, un pasado glorioso que brilla más con la memoria porque la memoria tiene esa capacidad de mitificar…
A veces hay que aprender a recoger los pedazos y recomponerlos. Mirarse con ternura, agradecer lo vivido, pero dejarlo marchar y sonreírse a uno mismo y al futuro para salir de las celdas innecesarias, porque la vida siempre espera más adelante.
¿Hay algún recuerdo  en el que no puedes dejar de pensar?
¿Qué podrías hacer para dejarle marchar?
  
Oración.
Señor... hoy quisiera pedirte por esos hombres y mujeres que no tienen donde permanecer. Te pido por ellos, por los que van de pueblo en pueblo; de ciudad en ciudad; de albergue en albergue; de portal en portal, con todo su ajuar a cuestas estrujado en un misera­ble saco.
Te pido por esos hijos de nadie, por esos, porque precisamente por eso son más hijos tuyos... Te pido por todos los desfavorecidos socialmente, que encuentren cobijo cuando lo necesiten, ellos son también tus hijos, Padre.
Te pedimos, Señor, por los ancianos olvidados, por tantos niños explotados, y por quienes no han conocido un padre, por los que se ven obligados a vender su cuerpo, por quienes sólo conocen la calle como hogar.

Los sueños que sanan
«Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones» (Joel 3, 1)
Hay que tener alma de soñador. Hay que imaginar mundos mejores, para después imaginar la forma de construirlos. Hay que intuir novedad, mejorar, para así tener una humanidad más plena.
De noche uno imagina, sueña despierto, en esa última hora antes de quedar dormido, todo parece más fácil, posible, cierto y aunque luego, con la luz del día, los contornos se vuelven más reales y las metas más difíciles, ¿por qué no mantener encendida la llama de la esperanza? ¿Por qué limitarse a arrastrar los días cuando podemos elevarnos y mirar desde una altura hecha de evangelio, de bienaventuranza y de la bondad humana?

¿Cuáles son tus sueños en este momento de la vida?

martes, 14 de noviembre de 2017

Padre eterno, hoy despierto feliz y lleno de ilusión, porque Tú estás conmigo, y si Tú estás conmigo, jamás nada habrá de faltarme. Hoy quiero ver al mundo con ojos llenos de bondad, comprensión, amor y humildad.
Quiero tener mi mente llena de pensamientos que solo construyan y bendigan, quiero que estés junto a mí en cada momento del día y que yo te pueda reflejar en cada uno de mis actos.
Hoy despertaré para cumplir con mis obligaciones lleno de alegría y confianza, pues Tú Señor, me has dicho que tenga fe y que siembre con ilusión y esperanza, pues la semilla que hoy he de plantar, pronto va a germinar y será mi gran cosecha.
Señor, Te pido que me cuides y me protejas de todo mal y peligro. Por favor se mi escudo, mi lámpara y mi guía. Te pido también que tu bendición descienda sobre mi familia, mis amigos, sobre mi trabajo y sobre mi país. Qué alegría es poder encomendarte todo lo que amo y cuan maravilloso es saber que mis oraciones siempre encuentran respuesta en Ti.
Y cuando llegue la noche, por favor llena nuestro hogar de esperanza y alegría, y si tu gracia nos da la dicha de un nuevo despertar, te pido que sigas acompañándonos, guiándonos y bendiciéndonos durante cada nuevo día de nuestra vida, porque cada día que pasa necesitamos más de Ti,.

Lucas 17:11-19
De camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y al entrar en un pueblo, le salieron al encuentro diez leprosos. Se detuvieron a cierta distancia y gritaban: «Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros». Jesús les dijo: «Vayan y preséntense a los sacerdotes». Mientras caminaban, iban quedando sanos. Uno de ellos, al verse sano, volvió de inmediato alabando a Dios en alta voz, y se echó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole las gracias. Era un samaritano. Jesús entonces preguntó: «¿No han sido sanados los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Así que ninguno volvió a glorificar a Dios fuera de este extranjero?» Y Jesús le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado».
Hoy, Jesús pasa cerca de nosotros para hacernos vivir la escena mencionada más arriba, con un aire realista, en la persona de tantos marginados como hay en nuestra sociedad, los cuales se fijan en los cristianos para encontrar en ellos la bondad y el amor de Jesús. En tiempos del Señor, los leprosos formaban parte del estamento de los marginados. De hecho, aquellos diez leprosos fueron al encuentro de Jesús en la entrada de un pueblo (cf. Lc 17,12), pues ellos no podían entrar en las poblaciones, ni les estaba permitido acercarse a la gente («se pararon a distancia»).
Con un poco de imaginación, cada uno de nosotros puede reproducir la imagen de los marginados de la sociedad, que tienen nombre como nosotros: inmigrantes, drogadictos, delincuentes, enfermos de sida, gente en el paro, pobres... Jesús quiere restablecerlos, remediar sus sufrimientos, resolver sus problemas; y nos pide colaboración de forma desinteresada, gratuita, eficaz... por amor.
Además, hacemos más presente en cada uno de nosotros la lección que da Jesús. Somos pecadores y necesitados de perdón, somos pobres que todo lo esperan de Él. ¿Seríamos capaces de decir como el leproso «Jesús, maestro, ten compasión de mi» (cf. Lc 17,13)? ¿Sabemos recurrir a Jesús con plegaria profunda y confiada?
¿Imitamos al leproso curado, que vuelve a Jesús para darle gracias? De hecho, sólo «uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios» (Lc 17,15). Jesús echa de menos a los otros nueve: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?» (Lc 17,17). San Agustín dejó la siguiente sentencia: «‘Gracias a Dios’: no hay nada que uno puede decir con mayor brevedad (...) ni hacer con mayor utilidad que estas palabras». Por tanto, nosotros, ¿cómo agradecemos a Jesús el gran don de la vida, propia y de la familia; la gracia de la fe, la santa Eucaristía, el perdón de los pecados...? ¿No nos pasa alguna vez que no le damos gracias por la Eucaristía, aun a pesar de participar frecuentemente en ella? La Eucaristía es —no lo dudemos— nuestra mejor vivencia de cada día.
Por esto no queremos que termine nuestra oración sin dar gracias por todo lo que tenemos, nuestra familia, nuestros compañeros, la oportunidad de compartir este momento de oración,

“Gracias a Ti, Jesús, por ser y por estar. Por buscarme, por esperarme. Por tirar de mí, por empujarme cuando no puedo más. Por pensarme en un hogar, por hacerme hogar. Gracias por poder cuidar a otros. Por poner en mi camino risas y fidelidad. Gracias por regalarme una vida. Por la salud que pronto olvido. Por mis fuerzas, por mi pasión. Gracias, Jesús, por el mar y por el cielo. Por la noche y las estrellas. Por el campo y el sendero. Por el agua y por el pan. Gracias por las lágrimas y las cruces. Por la noche y por la luz. Por ponerme en un lugar, por mis raíces. Gracias porque te quedas conmigo, porque te puedo tocar”.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Padre nuestro
1. Padre nuestro que estás y reinas en el cielo,
que estás y quieres reinar en la tierra,
ayúdanos a ser y vivir como hermanos.
Todos. Te saludamos, Padre nuestro del cielo.
2. Que tu nombre sea bendito, santificado, respetado.
Que todos te conozcan,
y que nosotros te demos a conocer en nuestra vida.
Todos. Santificado sea tu nombre
3. Que venga tu Reino,
que venga la justicia, la solidaridad, la paz.
Todos. Venga a nosotros tu Reino
4. Que se derrumben los muros y caigan las fronteras,
que se acaben las desigualdades.
Todos. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
5. Ni ricos ni pobres, que nadie muera de hambre,
ni de sed, ni de odio, que nadie sea explotado ni oprimido,
que nadie sea excluido, marginado, discriminado.
Todos. Danos hoy nuestro pan de cada día.
6. Que venga tu Reino, tu Espíritu, tu  LUZ,
y se adueñe de nuestros corazones,
y empiece en ellos a reinar con fuerza.
Todos. Perdona nuestras ofensas como también
 nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
7. Venga a nosotros tu LUZ, para que nos empeñemos ya
en hacer tu voluntad en la tierra, como se hace en el cielo;
para que anticipemos ya en el suelo,
el reino de la solidaridad que hay en el cielo.
Todos.  No nos dejes caer en la tentación.
             Y líbranos de todo mal. Amén

Lucas 14,15-24.
En aquel tiempo: Uno de los invitados le dijo: "¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!".
Jesús le respondió: "Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente.
A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: 'Vengan, todo está preparado'.
Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: 'Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes'.
El segundo dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes'.
Y un tercero respondió: 'Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir'.
A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: 'Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos'.
Volvió el sirviente y dijo: 'Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar'.
El señor le respondió: 'Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa.
Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena'".
COMENTARIO
«Cuando des un banquete, llama a los pobres, (...) porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos»
Hoy, el Señor nos enseña el verdadero sentido de la generosidad cristiana: el darse a los demás. «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa» (Lc 14,12).

El cristiano se mueve en el mundo como una persona corriente; pero el fundamento del trato con sus semejantes no puede ser ni la recompensa humana ni la vanagloria; debe buscar ante todo la gloria de Dios, sin pretender otra recompensa que la del Cielo. «Al contrario, cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14).

El Señor nos invita a darnos incondicionalmente a todos los hombres, movidos solamente por amor a Dios y al prójimo por el Señor. «Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente» (Lc 6,34).

Esto es así porque el Señor nos ayuda a entender que si nos damos generosamente, sin esperar nada a cambio, Dios nos pagará con una gran recompensa y nos hará sus hijos predilectos. Por esto, Jesús nos dice: «Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo» (Lc 6,35).

Pidamos a la Virgen la generosidad de saber huir de cualquier tendencia al egoísmo, como su Hijo. «Egoísta. —Tú, siempre a “lo tuyo”. —Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos; ves peldaños (...)» (San Josemaría).
Alabar
Si te has parado a contemplar el cielo,
un bosque, un arroyo,
que te han impresionado por algo
que has llamado «belleza»,
si has sentido de pronto ganas de cantar,
o de correr un buen trecho,
por algo que has llamado «alegría»,
si te has preguntado asombrado
cómo alguien cercano a ti
te puede querer
precisamente a ti...
¡puedes entender lo que significa alabar!

ORAMOS CON LAS BIENAVENTURANZAS, Mt 5
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados.
“Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia.
“Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios.
“Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios.
Bendice mis manos
Señor, bendice mis manos
para que sean delicadas y sepan tomar
sin jamás aprisionar,
que sepan dar sin calcular
y tengan la fuerza de bendecir y consolar.
Señor, bendice mis ojos
para que sepan ver la necesidad
y no olviden nunca lo que a nadie deslumbra;
que vean detrás de la superficie
para que los demás se sientan felices
por mi modo de mirarles.
Señor, bendice mis oídos
para que sepan oír tu voz
y perciban muy claramente
el grito de los afligidos;
que sepan quedarse sordos
al ruido inútil y la palabrería,
pero no a las voces que llaman
y piden que las oigan y comprendan
aunque turben mi comodidad.
Señor, bendice mi boca
para que dé testimonio de Ti
y no diga nada que hiera o destruya;
que sólo pronuncie palabras que alivian,
que nunca traicione confidencias y secretos,
que consiga despertar sonrisas.
Señor, bendice mi corazón
para que sea templo vivo de tu Espíritu
y sepa dar calor y refugio;
que sea generoso en perdonar y comprender
y aprenda a compartir dolor y alegría
con un gran amor.
Dios mío, que puedas disponer de mí
con todo lo que soy, con todo lo que tengo.



miércoles, 25 de octubre de 2017

Este domingo pasado celebramos  el día del Domund, la Jornada Mundial de las Misiones que une a toda la Iglesia por tanto, nos reunimos para rezar los misioneros.
En los inicios, los cristianos anunciaron con valentía lo que habían visto y vivido. Hoy nosotros también estamos llamados a comunicar, con valentía, a otros lo que experimentamos y creemos. Con nuestra oración, palabras y modo de vivir, la Buena Noticia ha de llegar a toda la tierra. La misión no ha terminado aún: la misión nos espera. Pidamos al Espíritu que nos llene de audacia y creatividad

ABRIR LAS FRONTERAS DE NUESTRO CORAZÓN
A los que amo yo los reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. (Ap 3, 19-20)
“A cada uno de nosotros, por el bautismo, se nos ha confiado la misión de ser testigos valientes en medio de nuestra vida. Ser valiente significa salir de mis seguridades para encontrarme con el otro. Ser valiente es dejarme involucrar y comprometer. Ser valiente es sentirme responsable de la misión hacia los otros. Ser valiente es responder a la llamada a implicar mi vida.”
Ofrezco mi corazón a Dios y lo pongo en sus manos para que Él lo ensanche. Me dejo mirar por Él y contemplo su grandeza.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 1-9
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: "El reino de Dios ha llegado a vosotros"». “El que conoce a Cristo encuentra una vida nueva, que lo libera del egoísmo y es fuente de creatividad en el amor; una vida nueva capaz de estrechar lazos con los demás e ir en peregrinación hacia los diversos desiertos y experiencias de sufrimiento, con la esperanza cierta de que con Dios podemos hacer frente a todo mal. Por ello, uno puede ofrecer su vida con valentía e ir lejos, a los hermanos, para que gocen de esa misma alegría.”
 ¿A qué, a dónde se nos está llamando a ir hoy en día? ¿Cómo puede hacerse nuestra acción de cada día más fecunda?

Levanto el corazón a ti, Señor:
Ayúdame a lanzarme, hazme valiente.
Muéveme con tu impulso a donde quieras, Inventa los caminos de mi vida.
Sé que Tú me guiarás, y eso me basta. Incluso con mis dudas y mis miedos,
Oyendo tu llamada, daré el salto: No importa nada más, si vas conmigo.
Tu alegría, Señor, será mi fuerza, Evangelio que es luz para los pobres.
Envíame a anunciar esta Noticia, Sembrando la ternura y la esperanza Por las mil periferias de este mundo.
En tu misión confío, porque es tuya. Renueva esta ilusión de darme a todos, Amándote en quien sufre, en mis hermanos.

Pidamos al Señor, para que nos ayude en esta tarea
Para que anunciemos con valentía el Evangelio a todo el mundo, ciertos de que Jesús se convierte en nuestro contemporáneo y de que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu. Roguemos al Señor.
Para que todos, como Iglesia, continuemos nuestra misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y, a imitación del Buen Pastor, busquemos sin descanso a quienes se han perdido. Roguemos al Señor.
Por los misioneros y misioneras, que han dejado valientemente su patria por amor a Cristo, para que sean testigos del Evangelio y promuevan en todas partes la reconciliación, la fraternidad y el saber compartir. Roguemos al Señor.
Por los jóvenes que son esperanza para la misión y que se han dejado fascinar por Jesús, para que, como dice el Papa, “sean «callejeros de la fe», felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la Tierra”. Roguemos al Señor.
Por nosotros, para que, como comunidad, sintamos el deseo de salir de nuestras propias fronteras y seguridades, y remar mar adentro para anunciar el Evangelio a todos. Roguemos al Señor.

Para terminar un momento de oración por nuestros misioneros
Protege, Señor, a tus misioneros, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que dejan todo para dar testimonio de tu palabra y de tu amor.
En los momentos difíciles, sostenlos, consuela sus corazones, y corona su trabajo de frutos espirituales.
Y que tu imagen del crucifijo que les acompaña siempre, hable a ellos de heroísmo, de generosidad, de amor y de paz.

Amén.


miércoles, 18 de octubre de 2017

                Comenzamos un nuevo curso y hay que empezar con ilu­sión y dedicación. Vamos a pasar muchas horas juntos, y todos debemos poner algo de nuestra parte. Somos como un barco que zarpa de puerto. Cuando salgamos al mar, tendremos varias opciones: subir a cubierta para contemplar el paisaje, conocer al resto de pasajeros, disfrutar del viaje activamente, o por el contrario podemos acomodarnos dentro, pensando lo que haré al llegar al destino, o tal vez, perdido en la apatía... El viaje es el curso que empezamos a navegar. El barco es nuestra clase, los compañeros. Nuestro destino pueden ser muchas cosas: sacar el aprobado, formarme, conocer a los demás, madurar como persona, nada es­pecial, pasar el trámite, pasarme el viaje de fiesta, encerrarme en mi camarote con mi gente hasta llegar a puerto...
Sería bueno detenernos un momento y reflexionar para responder íntimamente a estas preguntas ¿Con qué actitud comienzas? ¿Te conformas con dejar­te llevar, o piensas participar activamente?
                Jesús nos invita en este comienzo de curso a ser activos, a salir a cubierta, a disfrutar del mar, del paisaje, de la vida, a oler la brisa, a sentir el viento, a tocar el agua…
                Y nos invita también a crecer, a madurar, de la mano de mi grupo de amigos, y de los otros pasajeros, de mis compañeros, entre los que se encuentran verdaderos tesoros, piedras preciosas…
Personas que, como tú, pasan por momentos buenos y malos, que a lo largo de este año se sentirán como tú, felices unos días y tristes otros, que reirán a veces y llorarán también, que sentirán la soledad por momentos, y en otros se sentirán profundamente queridos, que sentirán como tú el éxito y la decepción… Personas como tú…
SEAMOS LUZ PARA LOS DEMÁS.
A lo mejor conoces esta anécdota.
Era un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles de su pueblo llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En un determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Fruela, el ciego del pueblo. Entonces, le dice:
“¿Qué haces Fruela, tú que eres ciego, con una lámpara en la mano? ¡Si tú no ves!”.
Entonces el ciego le responde:
“Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Conozco las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí. No solo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella”.

¿A quién te recuerda esta anécdota?  Seguro que estás pensando en Jesús.
Él se convierte para nosotros en Luz. Y ¿cómo lo hace?
Proponiéndonos un estilo de vida, en el que nos hace diferentes al resto de las personas. Él, a través de su entrega desinteresada, fue capaz de cambiar el mundo.
Este pequeño relato puede dejarnos un propósito para realizar durante este día. Cada uno de nosotros vamos cumpliendo con nuestras responsabilidades y actividades pero a veces no nos fijamos en lo que hacen los demás, -y sobre todo en lo que pueden necesitar-.

Te propongo prestar un poco más de atención a lo que hacen otras personas cercanas a nosotros: compañeros, hermanos, padres, etc.
No seamos ciegos, seamos originales y ofrezcamos nuestra luz a la gente que convive con nosotros con pequeños detalles como el saludar, el dar las gracias, el ser amables, etc. Seguro que su vida mejorará en calidad y también la nuestra.
Amar sin medida
Motivación
En nuestra sociedad se nos está olvidando algo tan sencillo como es dar. Muchas personas están dispuestas a dar, pero sólo a cambio de recibir. Son personas que no se han desarrollado más, no han superado esa etapa receptiva y acaparadora. Han encontrado el sencillo método para vivir encerrados en sus egoísmos, sin sentirse turbados por las necesidades que hay a su alrededor; pero la medida del amor es amar sin medida.

Palabra de Dios (Mc. 12, 41-44)
Jesús, sentado, estaba mirando cómo la gente echaba su limosna en el cepillo del templo. Muchos ricos echaban mucho. Pero llegó una viuda pobre y echó dos reales. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado más que todos, pues todos han echado de lo que les sobra; en cambio, ella ha echado de su indigencia todo lo que tenía para vivir”

Reflexión
Jesús alaba a la viuda porque lo que da es parte de su vida. Dar no es un problema de cantidad, sino de generosidad. No hay amor allí donde no hay entrega generosa, gratui­dad. Observa qué estás haciendo gratuitamente por los demás, sin esperar nada a cambio en tu familia, en el cole­gio, en el trabajo de cada día, en tu grupo de amigos, en las circunstancias diarias que se te presentan en la calle.
LAS BIENAVENTURAZAS DE LA AMISTAD

Felices los que saben vivir la amistad, porque la amistad es uno de los
sentimientos más hondos que puede experimentar el ser humano.

Felices los amigos limpios de corazón, porque nunca tendrán dobleces y jamás serán falsos en la expresión de la amistad.

Felices los amigos peregrinos, los que caminan juntos, los que avanzan juntos, los que se saben esperar para seguir adelante, con el mismo paso.

Felices los amigos que trabajan por la paz, felices los que hacen de la amistad un remanso de paz, los que nunca se irritan. Y los que, si se irritan, saben controlarse y nunca lastiman al otro, ni con gestos ni con palabras.

Felices los amigos que escuchan, los que tienen oídos dispuestos, los que son comprensivos, los que saben escuchar con su corazón, los que están abiertos a escuchar en todo momento.

Felices los amigos aun cuando lloran, los que saben compartir el dolor, los que tienen el corazón sensible para vibrar junto al del amigo.

Felices los amigos que son Compañeros, los que son verdaderos acompañantes, los que están en las buenas y en las malas, los que están al lado con optimismo y alegría.

Felices los amigos misericordiosos, los que saben perdonarse, y los que saben pedirse perdón.
Padrenuestro...

                Que tengáis un buen día y un feliz curso 2017-2018.


miércoles, 11 de octubre de 2017



SEÑOR, amanece un nuevo día. Y con él, un nuevo curso.
Un día que se ha hecho posible gracias a tu amor.
Lo has vestido con tu mirada de creador y padre,
Le has dado todo tu esplendor y belleza,
aunque haya días fríos y con lluvia.
Tú nos has dado este nuevo amanecer,
esta mañana de hoy para seguir viviendo,
para seguir aprendiendo
que Tú amaneces para todos por igual
Al iniciar el curso, toma mi vida, Señor,
con ella yo te alabo.

Al alba tempranera se asoma mi oración,
a través de la luz de la mañana,
ten presente mi oración
para pedirte que tus ojos
le presten a mis ojos su visión.
No dejes que, según avancen los días,
mis pasos se extravíen;
no dejes que te olvide;
no permitas que desconfíe de Ti
y de tu amor para conmigo.

No dejes que termine perdido/a
entre la trama de tanta bagatela inútil,
de tantas componenda como tejen a mi alrededor.
Haz que yo no sea este curso de los que no juegan limpio,
De los que no dicen verdad.
Ven, Tú, Señor, a mi vida, en este curso nuevo.
Sé tú mi amigo y compañero de jornada.

Cuando me encuentre con los otros
haz que sepa ver tu rostro escondido en el suyo,
aunque duela, aunque cueste.
Por eso, amplía mi visión,
 abre mi ventana interior.
Ayúdame a no volver la mirada,
a ser sincero y a mirar de frente.
Que tu rostro se refleje también en el mío.

Ayúdame, Señor,
a encontrar las palabras y los gestos oportunos,
para que nadie salga herido,
sino reconocido como hermano o hermana
y compañeros de camino

"Por favor, ayúdame a dar lo mejor de mí..." Ayúdame a ser riguroso y atento en mis estudios y en mi trabajo, que no ignore ni pase nada importante por alto.
Ayúdame a mantener mis prioridades en orden, para que mis esfuerzos no se distraigan en cotilleos frívolos ni en actividades objetables, que mis intenciones no se pierdan en el raudal de eventos y compromisos sociales.
Ayúdame a ser generoso con los demás, que les ofrezca mi ayuda allá donde pueda servir y que permita aceptar la ayuda de los demás cuando yo tenga problemas.

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»
Él les dijo: «Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día el pan que necesitamos, perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a quienes nos hacen mal, y no permitas que nos apartemos de ti."»

Cuando rezamos el Padre Nuestro en muchas ocasiones lo recitamos de una forma ritual, no pensamos realmente lo que estamos expresando en cada momento. Cuando oramos y decimos “Padre nuestro que estas en los cielos”, ¿sentimos todo el amor que Dios nos tiene hasta el extremos de hacernos el honor de ser hijos de Él?;
 “Santificado sea Tu nombre”, ¿realmente estamos santificando a nuestro Padre, a Dios, en el momento de hacer esta oración?;
“Venga a nosotros Tu Reino”,¿ verdaderamente estamos deseando con todo fervor que llegue hasta nosotros su Reino de paz, amor, sosiego, armonía, felicidad y de su Reino esplendoroso?;
“Hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo”, esta parte es importantísima, cuando llegamos a esta parte ¿estamos convencidos de aceptar la v la voluntad de Dios y no la nuestra? Puesto que en muchas, digo muchas, en muchísimas ocasiones, nuestra voluntad no coincide con la voluntad de Dios;
“El pan nuestro de cada dia danos el de hoy”, en este momento, no podemos solo pedirle a Dios el pan que nos alimenta corporalmente, también debemos pedirle que nos dé el pan espiritual
 “Perdona nuestras ofensas”, es el momento de pedirle con fervor, que nos perdone por todo aquello que hacemos, decimos o pensamos que se aparta de Él;
 “Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”,¿ estamos diciendo que realmente nosotros perdonamos a todos aquellos hermanos que nos han ofendido o que creemos que nos han ofendido?, porque no es lo mismo perdonar de boca que de corazón, ¿Perdonamos de corazón?;
 “No nos dejes caer en tentación”, Él como Padre bueno, no permitirá que nosotros caigamos en tentación alguna, pero nosotros tenemos que poner también de nuestra parte, en apartarnos de todo lo que nos seduce en el mundo y que por desgracia nos aparte de Dios;
 “Líbranos de todo mal”, cuando elevamos esta parte de la oración, tenemos que estar seguros que ningún Padre desea el mal para sus hijos y por lo tanto menos Dios Padre desea que nos ocurra nada malo.